Por muchos años he rehuido a todas las celebraciones tradicionales y comerciales, como son las fiestas navideñas y de Año Nuevo, principalmente.
Todos los festejos inventados por el comercio comienzan o terminan en un centro comercial.
Quizá, sin saberlo bien a bien, esto que hago desde siempre es un mandato inconsciente de mis padres, ellos ateos y muy ahorrativos, y además críticos del sistema capitalista. Detestaban los gastos superfluos o suntuosos que la sociedad (el comercio) imponen a su antojo. Tanto es así, que los 365 días del año se festeja algo importante o intrascendente, y eso que más da.
Huyo de todo festejo colectivo
Tengo mis ritos y celebraciones propias de mi historia. Y un rito anual era largarme a la playa en diciembre. A veces iba al Golfo de México, Veracruz, Tabasco. Y no me gustó nada ir a Tecolutla, al Puerto de Veracruz o a Tuxpam. Siempre a fin de año ahí hace frío, norte le dicen los lugareños.
Y cambié al extremo contrario y arrancaba para el Pacífico: Nayarit, Jalisco, Michoacán, Guerrero y Oaxaca. Las mejores playas casi “vírgenes” están en esas estados de la República mexicana.
Y así fueron todos los años de mi vida adulta, fui a gozar de las playas solitarias, con compañía femenina por supuesto novias o cónyuges.
Soy corredor de distancias medias, 10 kilómetros, a campo traviesa o en la playa, descalzo… Entonces ir a descansar a la playa por un mes, era ejercitarme también, corriendo al amanecer en las bellas arenas blancas y luego nadar un poco. Comer, descansar, y leer mucho tirado en la arena.
Los últimos años de mi larga estancia en México
Opté por visitar la playa de Zicatela, Oaxaca. Playa situada al sureste de Puerto Escondido, a unos cinco kilómetros más o menos de distancia.
Playas nudistas solo conocí en Oaxaca, Zipolite, playa para jóvenes y hippies gringos, también en Huatulco en el hotel Meditarrene, en su playa privada.
Y en Zicatela no había playa nudista, pero yo la inauguré hace años.
En una ocasión salí de madrugada a pasear y correr por la playa, en compañía del amor de vida en ese entonces. Yo corría y ella leía sus libros favoritos mientras tanto, tirada sobre la arena.
Después de correr una hora, volví con ella, ella estaba en un sitio lejano y solitario. Nos desnudamos y nos echamos de espaldas sobre la arena blanca, a dormir un rato y a descansar de una noche febril. Ella llevaba un radio portátil que nos acompañaba en las lecturas y las siestas.
Nos dormimos agotados. Un par de horas quizás. A lo lejos escuchaba la música que salía del radio portátil. Nuestra ropa, toallas y chanclas de hule a un costado nuestro.
Cuando despertamos y cobramos plena consciencia, y volvimos a la realidad, el asunto era desolador, nos habían robado todo: radio, ropa, libros, protector solar, sombreros, trajes de baño y chanclas.
Ella y yo, nos incorporamos en silencio
E iniciamos la marcha larga hasta el bungaló alquilado en Zicatela. Azorados y perturbados por el despojo de nuestras escasas pertenencias, caminamos lentamente tomados de la mano.
Fueron cinco kilómetros que tuvimos que caminar bajo un sol ardiente, sobre arenas quemantes y con una fresca brisa marina.
Completamente desnudos, encuerados, en pelotas, pero muy dignos llegamos al pueblo, y ahora si, con una mano adelante y la otra atrás, tal como venimos al mundo. Adán y Eva, versión cool.
Al año siguiente el cambio fue notable, nos fuimos a Acapulco a un hotel de cinco estrellas y 30 pisos, cinco piscinas, y con animadores para olvidar penas y penurias.
Añoro las playas nudistas y solitarias y a mi viejo Volkswagen amarillo que me trasladó por todo México.
Y de ella me acuerdo vagamente…
*La Vaca Filósofa