#6deenero: La noche que los #ReyesMagos se extraviaron
Hay grandes diferencias culturales entre México y Guatemala, aunque también existen muchas afinidades por ser países vecinos. Una gran diferencia es que en México el 6 de enero es más importante que el 24 de diciembre; es decir que los Reyes Magos son preferidos más que Santa Claus.
Los niños mexicanos viven la tradición de los Reyes Magos y esperan ansiosos el amanecer del 6 de enero, y poder abrir los regalos que son sus juguetes favoritos, porque así lo indicaron en una carta dejada en los zapatos una noche previa.
En mi familia no se dio nunca la celebración de ningún rito relacionado con la navidad o con los Reyes Magos, porque mi padre era comunista y nos explicó crudamente que nada de eso existía. Y que eran los padres quienes daban los regalos a los niños, y no seres de fantasía. Así crecimos incrédulos de estas festividades tan arraigadas en la cultura occidental.
En la infancia más temprana mis regalos paternos eran invariablemente un par de zapatos negros con suela de hule o de goma, dos camisas de cuadros azules o rojos, y un pantalón de lona (mezclilla). Nunca un juguete.
Dos regalos de mi niñez que recuerdo nítidamente fue un ajedrez de plástico y una bicicleta, yo apenas tenía 8 años.
Vivimos en la niñez una existencia realista exenta de fantasías infantiles.
A los 10 años tengo que salir huyendo del país con la familia para salvar la vida, y nos refugiamos en México; ese fue mi primer exilio a tan corta edad.
El día que abandonamos Guatemala por razones de una feroz persecución política en contra de los partidarios de la revolución en marcha en 1954, no hubo manera de llevar consigo absolutamente nada que no fuera la ropa. Salimos con una mano adelante y la otra atrás.
En México
Me toca vivir de cerca un 6 de enero en el año de 1955, cosa insólita por ser algo novedoso nunca antes visto.
He comentado en otra parte, que mi padre es enviado a trabajar como exiliado a donde disponga el gobierno mexicano, y a él le asignan trabajos en él área de salud pública en estados del norte; mi padre fue un estudiante avanzado en medicina, por eso le ofrecen esos puestos tan remotos.
En el Distrito Federal nos quedamos mi madre y sus cinco hijos, yo el mayor hago el papel de esposo o padre sustituto de mis hermanitos.
En ausencia de mi padre por varios años, tuve que ser un chico responsable de mis hermanos, y de mi madre de alguna manera también.
En el exilio aprendí el valor de la libertad responsable siendo un chico muy curioso y con deseos de explorar el mundo ancho y ajeno.
Yo salía de casa por largas horas y mi ausencia no era un tema de preocupación para mi madre porque ella confiaba mucho en mi, pero yo confiaba más en mi que ella. Me torné en un vagabundo que pululaba por toda la Ciudad de México con seguridad y aplomo, nunca tuve miedo de caminar por los barrios bravos de entonces.
Gasté las suelas de mis zapatos descubriendo un mundo urbano fascinante para un niño ya de 11 años. Siempre he tenido el don de la ubicación, sé dónde está el Norte, y nunca me he perdido en ninguna parte del mundo. Tengo memoria fotográfica.
Mi primer 6 de enero en México era un enigma para develar
Quería descubrir su relevancia cultural. La noche del 5 de enero le expliqué a mi madre mi plan de explorar la ciudad para ver a los padres de familia en una búsqueda desesperada de los juguetes para sus hijos. Y mi madre aceptó mi solicitud y me dejó ir sin más, sin recomendaciones ni advertencias de los peligros de la noche.
Vivíamos en la colonia Los Doctores, barrio de clase media baja. Situado enfrente a la colonia Obrera, un barrio proletario. Mi casa estaba a dos cuadras de la avenida Niño Perdido, hoy Eje Central Lázaro Cárdenas, a la altura de la glorieta del Tío Sam, un famoso cabaret de la época.
De la glorieta del Tío Sam hacia el centro de la ciudad se colocaban los vendedores ambulantes de juguetes, en ambas aceras de tan importante arteria vial. Había cientos de puestos ambulantes de juguetes en donde se ofrecían a gritos las ofertas de triciclos, bicicletas, patines, muñecas, etcétera etcétera.
Mi recorrido comenzó a las 11 de la noche y concluyó a las 5 de la madrugada del mismo 6 de enero.
Vi las penurias de esos miles de señores afligidos por comprar los juguetes para sus hijos a precios accesibles, por ello es que la inmensa mayoría de esos papás se quedaban hasta el amanecer para esperar que los comerciantes bajaran los precios y remataran todo a cualquier precio.
Ya en la mañana del 6 de enero
Caminé hasta La Alameda el gran parque del centro histórico del Distrito Federal, para observar a los Reyes Magos en persona, y ver a los niños tomándose fotos con ellos, ya había amanecido. Estuve ausente de mi casa por más de ocho horas.
Volví al hogar materno, y en la privada en donde vivíamos ya los chiquillos jugaban alegremente con sus regalos que sus padres se había esforzado en conseguir. Sin envidias ni molestias por ver a nuestros amiguitos jugando con sus regalos que les trajeron los Reyes Magos.
Fui a la panadería a conseguir una Rosca de Reyes en oferta, y la llevé a mi casa para tomar una rebanada generosa con un rico chocolate caliente.
En esa época, los años 50, las roscas solamente traían en su interior un muñequito de plástico, el niño. Y a quien le tocaba en su rebanada tenía que invitar los tamales el 2 de Candelaria, para la levantada del Niño Dios.
Actualmente, las roscas de Reyes traen en su interior una docena de muñequitos, por lo que se asemeja esa rosca a una sala-cuna de algún sanatorio público.
¡Qué tiempos aquellos Don Simón!
*La vaca filósofa